miércoles, 10 de junio de 2015

636

los ciervos ágiles han abandonado el claro
la humanidad ha dejado de interesarme:

me enamoré esta mañana de una valkirya,
que tejía dulcemente las redes de la guerra
sentada frente a mi y de espaldas al abismo
marcial e impúdica,
helada, etérea.

me enamoré esta mañana de una valkirya,
el lucero del alba resplandecía firme
sobre su perfil heroico, metálico, fuerte
anunciado la certeza del llamado ineludible
que como inocente y dulce deslumbre
es la conciencia última de finitud
que grita muerte a los cuatro vientos.

me enamoré esta mañana de una valkirya
y ahora gruñe su gloria el trueno
la diosa ha posado sobre mi sus ojos
el dolor se ha encontrado con el dolor
y se ha reconocido fértil y propio

me enamoré esta mañana de una valkirya
y ahora gruñe su gloria el trueno
aún así su canto es en mi dicha,
a pesar de ser cierto
que soy hijo del suelo,
de que lo celeste me adyace
pero no me abraza,
ni me importa demasiado.

me enamoré esta mañana de una valkirya
y ahora gruñe su gloria el trueno,
su fantasmal imagen la evidencia
de que todo se ha vuelto peligro
y ahora corro desesperado a mi ocaso
buscando sólo su mirada
para el momento último y primero.

me enamoré esta mañana de una valkirya
que jugaba sola entre los pinos del bosque
y ahora pocas cosas tienen sentido.

las águilas han remontado vuelo,
volvieron a las alturas que le son propias.
ahora marcho firme y veloz a mi ocaso
porque ya lo he visto todo.

Guardo conmigo sólo la imagen de la valkirya
sentada en su trono de flores silvestres.

He escuchado su risa como eco de la inmensidad
y he visto como el relámpago lo gobierna todo.

gruñe su gloria el trueno
teme su ira el águila
huye el cervatillo de su belleza
y yo solo quiero
morir abrazado a su guerra.

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