Tuve el inmenso privilegio una vez de hablar con un Brahmin,
un miembro de la más alta casta sacerdotal de la religión indiana,
un hombre que podía rastrear los orígenes de su clan,
hasta fechas que para occidente no son fechas,
hasta un tiempo previo al pentateuco,
un tiempo previo a Adán y Eva,
en el cual sus ancestros
habían escuchado los discursos
del magnánimo Shiva.
Ese Brahmin me dijo que había intentado estudiar,
interiorizarse, para expandir sus horizontes mentales,
al cristianismo, sin haber podido jamás
comprender en misterio de la trinidad,
pero me confeso avergonzadamente
que cada vez que alguien hacía alusión
no a la pasión de Cristo
sino al suplicio de la Virgen María,
sus vísceras se conmovían,
y sus ojos se llenaban de lagrimas.
Ese Brahmin sólo conocía
dos cosas acerca de mi Patria,
a Diego Armando Maradona
y a la Virgen de Luján...
Amaba
a ambos
por igual.
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