martes, 29 de septiembre de 2015

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La nena sonríe y eclipsa toda
maravilla natural que le circunda y conforma,
un escenario mítico-mágico se despliega
lleno de frutas para las cuales
yo aún no tengo nombre.

Presta a su sonrisa
mi razón se obnubila
y ella opaca toda,
belleza que la engalana.

Intento e intento
y sigo intentando
pero no comprendo nada.

¿Acaso se han emancipado los fantasmas?
¿Acaso mis brazos y sus brazos
en nuestro abrazo se han vuelto bálsamo?

La nena sonríe y yo florezco...

Y son sus mieles las que me desquician,
sus perfumes los que me instan
a volver a creer en las cosas bellas
hijas todas puras-prístinas
de la encantadora poesía lúdica,
de la proxemia que desdibuja
nuestros contornos en las mañanas
mañanas de sabor y gloria.
´
La nena sonríe y súbitamente
me encuentro con que estoy
escribiendo un poema de amor.

Me encuentro con que estoy
a tientas por tierras desconocidas
imaginando topologías distantes
buscando tesoros hundidos
en lo profundo de unas sábanas.

La nena sonríe y sucede de nuevo,
se la hacen pocitos a los costados
de la comisura de los labios.

Entonces colapsan los correlatos
que constantemente me tienen
desconfiando de la magía
y es como si el mundo
se desplegara en torno a ella
y reconociendo su derrota,
se conformara con enmarcarla
adyacerle y acariciarla.

La nena sonríe y me dan ganas...

Me dan ganas de aprenderme
el folklore de todos los pueblos
para agradecerle a la virgencita de Montserrat
en todas las lenguas y timbres
por habernos hecho nacer
a ella y a mi en la tierra,
en la tierra en plena madurez
en el seno fértil del continente que nos hermana
de las cuadras que nos acercan
incluso de las inmensas
distancias que nos separan.

La nena sonríe y me encuentro de nuevo
escribiendo un poema de amor
y sospecho que todos los poemas
deben ser de amor,
y es todo lo que puedo escribir
porque el resto es inefable
cómo su sonrisa que sin palabras
me hace sonreir y todo es cierto
incluso el bravo soplido frutal
incluso los dientes, los vientos,
y sus labios.

Amarla es como caminar por la calle
en medio de la noche y sus avenidas
errando entre la confianza y la incertidumbre
pero con los ojos bien,
bien cerrados.